La Navaja
Hace un tiempo, mis amigos y yo, quisimos entrar a una casa antigua de mi barrio, un día nos armamos de valor y decidimos entrar, planeamos que sería el sábado por la noche reunimos linternas, una cámara de fotos, y yo llevaría mi confiable navaja de bolsillo.
Esa noche estaba particularmente oscura y silenciosa, a lo lejos se escuchaban unos ladridos de perro y los grillos del antejardín de la casa abandonada, había
un orificio como túnel en una de las paredes, decidimos que ese era nuestra entrada, al poner los pies dentro de la casa ya notamos que era un ambiente
tétrico espeluznante, solo una tenue luz iluminaba desde una diminuta ventana.
Las linternas hicieron su trabajo de iluminar y nos percatamos que había una escalera con los escalones notoriamente sueltos y cubiertos por telarañas,
cuidadosamente bajamos, llegamos a un subterráneo, muy amplio, con puertas que conducían a otras habitaciones y fotografías muy raras, latas de comida
vacías. De pronto recordé ver la hora en mi celular, eran las 02:00 de la mañana, pensé en mi padre que estaba convencido que yo dormía en casa de
mi mejor amigo, me angustie al pensar que si me pasaba algo, mi padre no se enteraría.
Seguí mi caminata por esa especie de laberinto, cuando de pronto sentí que algo respiraba a mi espalda, me giré y lo vi, era una cosa tenebrosa una figura
no humanoide con unos brazos largos cara pálida y esos ojos que jamás olvidaré me gruñó desde las sombras, corrí y corrí lo más que podía y esa cosa
me seguía persiguiendo grite ¡ayuda! Mis amigos oyeron mi grito desesperado y tiraron una cuerda a la cual yo me aferré, sentí que me elevaba del suelo, mis
amigos estaban arriba, sobre el techo, tirando con todas sus fuerzas de la cuerda que me sostenía, no solo a mí, sino también a esa “cosa” que se aferraba a mis piernas, en un momento de lucidez, recordé mi navaja suiza,
esa que me regaló mi padre y que siempre llevaba junto a mí, como si fuera un contorsionista de circo, me tiré hacia atrás y corté la cuerda, solo sentí el golpe
de ese ser contra el piso, respiré aliviado.
A la mañana siguiente mi amigo me enseñó una fotografía que le había tomado, mientras esa “cosa” subía por la cuerda, era horrible pensar que algo
así habitaba esa casa, pero lo único claro, es que mi primera noche de investigador de casas abandonadas, sería la última, así como también la
mentira a mi padre. Toqué mi bolsillo derecho, ahí estaba mi navaja, desde hoy más que nunca, el objeto de mi buena suerte.
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